Del Director

miércoles, 15 de julio de 2009

Sí, pero…

Sogamoso tiene una tradición festiva que nace desde la misma entraña del pueblo chibcha, habitante de este querido solar, como bien lo relataba el desaparecido científico Eliécer Silva Celis en “Huellas Históricas”, una revista editada en Bogotá y publicada en mayo de 1953.

“En las fiestas religiosas que se celebraban en Sogamoso –relataba el maestro Silva Celis- había derroche de gracia y entusiasmo; se exhibían sobre las sienes de los elegidos, coronadas de oro que agregaban con luces, celajes sobre las caras pintadas de ‘Bija” y ‘Jagua’. Medias lunas, máscaras, petos y brazaletes y propulsión de coronas de rico metal, ornamentaban a las mujeres y hombres que bailaban y cantaban al son de chuchos, caracoles marinos, tamboriles y flautas. La fiesta religiosa llegaba al paroxismo cuando la chicha enervaba a quienes la ingerían”.

Por la religiosidad del pueblo chibcha, la que tenía como epicentro al majestuoso Templo del Sol, es fácil advertir que las festividades y peregrinaciones reunían a miles de adoradores del sol y de la luna, los principales dioses, a los que ofrecían sus máximos tributos. En estos encuentros masivos no faltaban, como quedó dicho antes, cantos, música y -en abundancia- el uisquí de maíz; además, se realizaban algunas pruebas deportivas. Según el investigador y sicólogo Juan Carlos Alonso “Las fiestas duraban hasta que todos caían embriagados, y hombres y mujeres se juntaban con el primero o primera con quien se encontraran, porque había licencia general para hacerlo, aún con las mujeres de los caciques y nobles. De acuerdo con el ritual de los dioses chibchas, al dios Chaquén se le ofrecían los adornos de la borrachera y de las fiestas, con toda la plumería que usaban en ellas y en las guerras”.

¿Y qué son las fiestas de estos tiempos en nuestros pueblos y ciudades? Un mucho de todo esto, religión y borrachera, para empatar.

Con el paso de los siglos estos festejos se convirtieron en un evento obligatorio, de celebración anual, al que se le fueron adicionando algunas novedades, tanto que llegaron a convertirse en las más afamadas del oriente colombiano. A mediados del siglo pasado alcanzaron dimensión nacional e internacional y en algunas oportunidades su realización favorecía las arcas del municipio. Cuando empezó a morir el civismo sogamoseño estos festejos se vinieron a menos. En los últimos años el evento no es más que una fiesta parroquial, o un “bazar grande”, que dura más de diez días.

Este año el alcalde Enrique Javier Camargo y su equipo de gobierno decidieron darle a las festividades un contenido eminentemente cultural y deportivo, procurando convertirlas en el verdadero carnaval de la cultura y el deporte y no el escenario donde el licor, las riñas, la prostitución y la inseguridad se coronen como los reyes de las mismas. Qué buena oportunidad para saber si el llamado a entrar por las sendas de la cultura y el deporte, que son el bastión del programa de gobierno del arquitecto Camargo, no es un simple eslogan, y sus gobernados, para complacencia de su gestión, lo estamos asimilando.

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