Si, pero no…
En
la edición novena de EL TELÉFONO ROJO DE SOGAMOSO publicamos,
en la sección “Ballestazos”, esta nota: “Liberales
en campaña.
La elección de directorios del Partido Liberal en todos los municipios del
país, que se llevarán acabo el próximo 27 de septiembre, es tarea que empieza a
ponerse al rojo vivo. Se sabe que el ex senador Gustavo Lanzziano Molano ya
inscribió dos listas. Una la encabeza el ex secretario del concejo municipal y
padre del actual presidente de la misma corporación, Hugo Jairo Pérez Pongutá;
y la otra encabezada por Álvaro Darío Becerra Salazar. Otro que jugará como
candidato a integrar el Directorio Liberal de Sogamoso es el ex candidato a la
alcaldía, Miguel Ángel García Pérez, quien, igualmente, trabaja con miras a
suceder a Enrique Javier Camargo”.
La
nota no tiene “el picante” que tienen todos los “Ballestazos” y cuando la
hicimos jamás pensamos que íbamos a descubrir la calidad humana de un
profesional que quiere dirigir las riendas de Sogamoso.
Por
lo acontecido este parece ser el mayor pecado cometido en mis 39 años de
periodismo. Lo cometí por no averiguar las profundidades de los odios que
suelen darse entre los políticos, porque la mayoría de esos enconos suelen ser
ficticias, hacen parte del circo en que sus actores se mueven pero, en la
intimidad, los mismos se ríen de lo que hacen en público.
Jamás
medí el grave daño que le causaría al abogado Álvaro Darío Becerra Salazar al
haber informado –o mejor desinformado- que el ex senador Gustavo Lanzziano
Molano, su amigo desde que apareció en la vida política de la ciudad y ahora
–al parecer- su peor enemigo, fuera el patrocinador de la inscripción de su
lista de candidatos a integrar el Directorio Liberal Municipal elegido el 27 de
septiembre.
La
gravedad del daño moral o social que le causé a Becerra Salazar lo medí en la
noche del pasado 14 de septiembre, siendo exactamente las 8:16, mediante una
llamada suya por celular, que duró tan solo 49 segundos, en vocabulario
impropio de alguien que pasó con mérito reconocido por una universidad.
Públicamente,
a través de este medio, quiero admitir que falté a una de las obligaciones
propias del oficio: confirmar la veracidad de la información y, por ello, ruego
al abogado Álvaro Darío Becerra Salazar su perdón por el daño político y moral
que le ocasioné al presentarlo como dependiente o vasallo del abogado Gustavo
Lanzziano Molano, su amigo de tantas jornadas políticas, a quien en el
ejercicio periodístico he “tocado” en varias oportunidades pero, debo
reconocerlo, en ningún momento él ha sido inelegante en sus reacciones.
Si
bien mi petición de perdón es sincera, también es menester que al doctor
Becerra Salazar le quede claro que yo no soy hijo de una mujer de vida
silenciosa, para no decirlo en las palabras exactas utilizadas por este exitoso
jurista. No, doctor Becerra, “este, hijo de...” y “viejo h…” es miembro de una
modesta familia, bendecida en gran manera por Dios a través de una madre que
dejó ejemplo de vida a sus hijos e imperecederas lecciones de respeto al
prójimo, incluyendo en ellos a las prostitutas, a las que invitó a conocer a
Cristo Jesús como su Señor y Salvador. Ella nos enseñó no una religión, por que
la religión nos aleja de Dios, nos enseñó conocer a Cristo como el único camino
para llegar a Dios. Mi madre aplicó en su vida y lo enseñó a sus hijos lo dicho
por el apóstol Pablo en el capítulo 13 versículo 4 de la epístola a los
Hebreos: “Honroso sea en todos el matrimonio, y el lecho sin mancilla; pero a
los fornicarios y a los adúlteros los juzgará Dios”.
Sepa
usted, doctor Becerra Salazar, que los periodistas estamos obligados a reparar
los inexactitudes que cometamos en nuestras informaciones y lo sensato y
decente habría sido solicitar, verbalmente o por escrito, esa rectificación y
no atender una petición de ese tenor sería deshonrar el periodismo. Jamás olvide
doctor Álvaro Darío Becerra, usted que quiere seguir presentando su nombre al
examen de la opinión de los sogamoseños, que “la decencia y la pulcritud en la
conducta –como dijo un político argentino- son el único lujo que el hombre no
necesita comprar con dinero”. Mi
mano siempre estará presta a tomar la suya para sellar una amistad que no puede
matar un enojoso episodio como este, que de todas maneras debe dejarnos una
buena lección.
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